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El Mundo según Yo

El desnudo público y la protesta

El desnudo público y la protesta Óscar Collazos
No es un acto de exhibicionismo porque no existe el placer de sentirse!mirado sino el propósito de subvertir la costumbre y volver visible lo oculto.

Existen civilizaciones que se visten y civilizaciones que se desnudan. A nosotros, herederos de una civilización que vistió a la fuerza a los primeros pobladores de lo que se llamaría América, nos tocó vestirnos por costumbre y seguir vestidos por exigencias morales. Volvimos la desnudez un tabú, lo que acabó por crear una inocente costumbre privada llamada exhibicionismo.

Desde fines de los 60, el mundo conoció una nueva forma de protesta juvenil: empelotarse en público, no tanto para entrar en comunión con la naturaleza, como para enfrentar la rigidez moral de la civilización que había convertido la desnudez en tabú.

Al mundo occidental le sucedió algo divertido y contradictorio: convirtió la moda en el arte de insinuar la desnudez sin desvestirse; inventó las transparencias, que no son otra cosa que una desnudez encubierta por un fino tejido; inventó las playas nudistas, que son un lugar donde todos toman el sol desnudos, aceptando que la norma es lo impuesto por las mayorías; inventó la publicidad, que desvirtuó el sentido del desnudo y lo volvió objeto de seducción mercantil.

Un nudista no se empelota por estética sino por la ética de comulgar con la naturaleza, como lo pregonaba Walt Whitman, el primer norteamericano que enfrentó hedonismo con puritanismo. ¿Por qué el desnudo, individual o en grupo, se ha convertido en manifestación de protesta? Porque viola un tabú, porque arremete contra la moral dominante, impuesta por los vestidos. Lo que están mostrando quienes se desnudan en público no es otra cosa que su más extrema vulnerabilidad. Una mano de bolillazos o de bombas lacrimógenas arrojadas a manifestantes desnudos vuelve más violenta la violencia, más represivo el orden impuesto por los vestidos, casi siempre uniformados.

Antanas Mockus mostró sus pálidas nalgas colombo-lituanas a unos!estudiantes que se resistían al diálogo. Introdujo en la cultura colombiana un gesto simbólico que todavía es objeto de sarcasmo. No inventó nada. Desde los tiempos de las "sentadas" contra la agresión gringa al sudeste asiático, desnudarse en plazas y calles dejó de ser una transgresión moral para convertirse en lenguaje político. La protesta siempre va en contravía de lo establecido. No es, como suponen muchos, un acto de exhibicionismo porque no existe el placer de sentirse!mirado, sino el propósito de subvertir la costumbre y volver visible lo oculto. No el cuerpo, sino el argumento de la protesta.

La hipocresía de Occidente encuentra menos revulsivo y repulsivo!un acto de violencia callejera o las atrocidades de los campos de concentración que una manifestación de "calatos". Nos acostumbramos más fácilmente a la violencia que a la desnudez, tal vez porque la violencia está contenida en los rituales sagrados de las sociedades primitivas y en el origen del Estado moderno, que la convirtió en instrumento de disuasión legal desde el momento en que se reservó el derecho al uso exclusivo de la fuerza y de las armas.

El mundo contemporáneo contiene un inmenso álbum de fotografías obscenas en las que la violencia, los genocidios y las torturas se repiten con frecuencia casi natural. Por una de esas falacias de la hipocresía, la desnudez es asociada con la obscenidad. Y en esas estamos: aceptando como normales los extremos perversos de la violencia y repudiando por anormal la desnudez de unos simples pacifistas.

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